"No hay cosa más ardua de manejar, ni que se lleve a cabo
con más peligro, ni cuyo acierto sea más dudoso que el obrar como jefe, para
dictar estatutos nuevos, pues tiene por enemigos activísimos a cuantos sacaron
provecho de los estatutos antiguos, y aun los que puedan sacarlo de los recién
establecidos, suelen defenderlos con tibieza suma, tibieza que dimana en gran
parte de la escasa confianza que los hombres ponen en las innovaciones, por
buenas que parezcan, hasta que no hayan pasado por el tamiz de una experiencia
sólida. De donde resulta que los que son adversarios de tales innovaciones lo
son por haberse aprovechado de las antiguas leyes, y hallan ocasión de
rebelarse contra aquellas innovaciones por espíritu de partido, mientras que
los otros sólo las defienden con timidez cautelosa, lo que pone en peligro al
príncipe. Y es que cuando quiere uno discurrir adecuadamente sobre este asunto
se ve forzado a examinar si los tibios tienen suficiente consistencia por sí
mismos, o si dependen de los otros; es decir, si para dirigir su operación,
necesitan rogar o si pueden obligar. En el primer caso no aciertan nunca, ni
conducen cosa alguna a buen fin, al paso que, si pueden obligar, rara vez dejan
de conseguir su objeto."
Nicolás Maquiavelo
El Príncipe
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