Replicamos esta historia, publicada en 2007 por nuestra querida Bertha Freitez (http://berthafreitez.blogspot.com), nieta de nuestra amada María León, con quien compartimos un tiempo de trabajo y lucha en el Ministerio de Salud en los años 2005-2006.
Hildemaro, el protagonista de la historia es un compañero-hermano-compadre con quien compartimos luchas y sueños en El Vigía en los años 80 y 90 donde coincidimos en lo que fue la experiencia del
Centro Obrero y Campesino Sur Del Lago, donde nos encontramos, entre otros, con un grupo de valiosísimos sacerdotes y monjas identificados con la "opción preferencial por los pobres", entre los que recordamos al padre Silguero de Radio Occidente en Tovar, Mérida, José Gor de San Pedro de Tovar, las hermanas de La Playa de Bailadores y de la casa PAPIROA de El Vigía, el Padre Micheo y sus compañeros del Centro Gumilla de Barquisimeto, el Padre Manolo de Guarico, Lara, entre otros.
Con Bertha e Hidemaro compartimos el sueño y la lucha del
Proyecto Madre en el Ministerio de Salud durante la gestion ministerial de Francisco Amada.
La Historia de un Campesino
Tuve el
gran privilegio hace un poco más de un año, de conocer al Señor Hildemaro
Ramírez, un campesino del Edo. Mérida. Recuerdo perfectamente el primer día que
lo vi, y supe inmediatamente la clase de persona que es: honesto, sincero, de
alma pura, mirada dulce, de una sensibilidad envidiable, con una fuerza para la
lucha inagotable, una valentía para defender la vida, la justicia, como estoy
segura tenían nuestros libertadores. Ojalá muchos tengan el privilegio que tuve
yo y ojalá sigamos su ejemplo de solidaridad y gran amor a nuestro país.
Hemos tenido que alejarnos, trabajabamos juntos y teníamos una especie de
grupo de conspiradores al que él le llamaba: "laboratorio de
conspiración". Lo más gracioso es que conspirabamos por el bien y en
contra del mal. Tuvo que dejar nuestro laboratorio, pero, antes de irse le pedí
me contara su historia, me contara su vida, su visión de la vida. Espero la
disfruten tanto como la he disfrutado yo. Que sea este un regalo que le doy al
señor Hildemaro por haberme dado el placer de conocerlo y un regalo a los que
leen este blog, por leerme.
Quiero
decir que primero que todo, me hace muy feliz saber que alguien quiera conocer
cómo vive un campesino. Voy a empezar hablando de mi infancia, mi infancia fue
muy humilde, quizás no tuve infancia. Mis padres vivían en una comunidad
campesina del estado Mérida, se llamaba Quebraditas de la Trinidad, allí
trabajaban como peones de hacienda, eso fue a finales de 1957. Luego se mudaron
a Guayabones. Allí había una comunidad campesina llamada Lomas de Piedras
perteneciente al Municipio Andrés Bello, actualmente Municipio Obispo Ramos de
Lora.
El campesino tenía que irse a la selva para ganarse la vida, por eso mis papáes
(así le decimos a nuestros padres los campesinos y campesinas) se trasladaron
allí, querían hacer su propia finca en Lomas de Piedras, llamada así porque
tenía muchas piedras. Lomas de Piedras era una selva, eran montañas vírgenes.
Para poder hacer su rancho tuvieron que talar la selva y mientras construían su
rancho vivíamos con mi tío en el de él, que también estaba allí.
Cuenta mi mamá que cuando tenía seis meses de nacido me subía en un canasto, un
canasto es una fibra de bejuco que se corta, es una hebra, como un mecate que
ellos pelaban y tejían, y lo usaban para trasladar lo que necesitaran
trasladar. Se guindaba sobre la cabeza con una cinta y el canasto iba sobre la
espalda, la mayoría del peso descansaba en la cabeza. Al canasto le cabían por
lo menos cincuenta kilos. También a mí me llevaron en ese canasto, me llevaban
cuando ellos iban a talar los árboles, mamá iba con papá para poder apoyarlo en
las labores de la tala, a mí me llevaba en el canasto para tenerme cerca y me
dejaba mientras ellos trabajaban, dentro del canasto, sobre las raíces grandes
de los árboles.
Mis papaes no eran los únicos campesinos que trabajaban para tener su finca y
su rancho, había una colonia de campesinos, aproximadamente unas quince o
veinte familias de campesinos, cada una había demarcado varias hectáreas de
selva. Seis meses después mis papaes lograron construir su rancho, el techo era
de palma, las paredes eran de madera amarradas con bejuco o bahareque, los
pisos eran de tierra, no había nada de cemento. Las camas eran hechas con paja,
se secaba la paja y se hacían camitas de paja seca que llamábamos trojas, si
conseguían cartón en el pueblo, se lo ponían encima como especie de colchón.
También se usaba la esterilla, de una graminea que se llama junco. Se hacían de
concha del cambur o del tallo del cambur.
Mis papaes tenían su troja. Yo dormí con ellos mientras estaba bebé, pero una
vez crecí me pusieron a dormir con mis otros hermanos. Entonces dormíamos los
cuatro en una troja de aproximadamente dos metros de ancho. Luego nacieron dos
hermanitos más, entonces cuando estos estaban más grandes y mis papaes los
sacaban de su cama, los más grandes, teníamos que irnos a dormir al piso, para
dejar el espacio a los más pequeños.
Mi mamá me dice que me dio teta hasta los cinco años. La teta era mi alimento,
la forma de mantenernos, porque éramos ya cuatro hermanos. También nos
alimentaban con mucha carne. Papá y los otros campesinos cazaban siempre, la
alimentación se basaba básicamente en la carne gracias a la caza. Se cazaban
muchos animales: el paujuil (es como un pavo que tiene un copete de piedra
arriba en la cabeza, los hay negros y blancos), la lapa, el venado, el picure,
el cachicamo, la gallineta, y otros. Nuestra comida era carne. Mamá a veces
tenía una vara, y ponía la carne en tiras, para que se conservara, la manera de
conservar la carne era ahumándola, de esa manera nos duraba hasta un mes.
Luego papá hizo un conuco y empezamos a producir el cambur. Entre los
compañeros del sector había mucho apoyo. Para aligerar el trabajo se realizaba
lo que llamábamos el “Convite” o “La Mano Vuelta”. El Convite consistía en que
se invitaban a todos los que quisieran ir a talar y se les daba el desayuno,
almuerzo y cena. No cobraban nada por ese trabajo. La mano vuelta, era un
trabajo parecido, tú me ayudabas a mí hoy y yo te ayudaba mañana a tí. De esa
manera, ayudándose unos a otros fue como ellos lograban hacer crecer sus
conucos, de esa manera hacían para que fueran productivos, la mano de obra se
usaba de esa manera, pues no había dinero para pagarla y como todos estaban
interesados se unían y se apoyaban.
Eran dos horas de camino del conuco al pueblo más cercano. El cambur, que fue
lo primero que empezaron a producir, se trasladaba desde el conuco hasta ese
pueblo donde un camión compraba los cambures. Para llevarlo tomaban un camino
hecho por los mismos campesinos. El medio de transporte que teníamos eran los
burros y la bestia caballar. Algunos no tenían los animales, pero los demás
compañeros que tenían se los prestaban cuando no los estaban usando.
Recuerdo que a los cinco años me iba con papá a ayudarlo a atender los burros,
que él luego iba a usar para el traslado de la producción. A esa edad empecé a
trabajar en las labores del campo con mi padre. No había escuela en ese
entonces.
En la comunidad nos reuníamos siempre. Nos gustaba mucho cuando venía la Semana
Santa, también nos gustaba cuando venía diciembre. En Semana Santa había
intercambio de comida entre los vecinos de la comunidad. Un día, todos comíamos
en un rancho y al día siguiente en otro.
Hicimos un grupo de niños, siempre andábamos juntos. A mí y a mis amiguitos nos
gustaban mucho esas fiestas, porque mientras los papás estaban reunidos
nosotros jugábamos. Cortábamos la tora (que es como la flor del cambur que
queda cuando ya la mata ha echado el fruto). A la tora, le poníamos paticas,
tetas y cachos, y hacíamos la figura de una vaca. Hacíamos muchas. Finalmente
hacíamos el corral con palos de madera que conseguíamos. Esto lo hacíamos en
Semana Santa.
Pero en diciembre se repetía lo mismo, se hacía intercambio entre los vecinos
para compartir la comida para Noche Buena y para recibir el año. Los adultos
hacían la parranda, se iba un grupo de cuerdas, con violines y los adultos
bailaban. No había electricidad en la comunidad, así que la luz la hacíamos con
mechurrio, usábamos kerosén como combustible y se hacía una mecha de trapo. Se
armaba el plato navideño con la colaboración de todos. Unos ponían la cuajada,
otros la lechosa, otros el pollo. Y así comíamos de toda la comida.
Cuando yo tenía diez años la producción seguía desarrollándose. El cambur
seguía siendo la producción principal. Crearon una escuela cerca de la
comunidad, bueno, como a dos horas. Comencé a estudiar el primer grado con
mucho entusiasmo, pero, a los trece años papá me retiró de la escuela porque
decía que yo tenía que seguir ayudándolo en las labores del campo. Yo no quería
dejar la escuela, así que le pedí a la maestra que interviniera. Recuerdo que
le hice una cartita, donde le pedía que hablara con papá para que él me dejara
estudiar. Ella trató de hacerlo cambiar de opinión pero no lo logró. Dejé la
escuela y continué con el trabajo de la finca.
Tenía un grupo de amigos de mi edad con los que jugaba. Nos íbamos a un pozo,
hacíamos dos grupos, un grupo bueno, y uno malo. Hacíamos bolas de arcilla, y
hacíamos aquellos enfrentamientos de buenos contra malos. Teníamos un radio. Y
oíamos una novela por radio rumbos, recuerdo que se llamaba Martín Valiente. Y
quizás basada en esa novela construimos esos grupos de buenos y malos. Porque
Martín Valiente era el defensor de los pobres y los desamparados. Yo estaba en
el grupo bueno. Yo hacía el papel de Martín Valiente y organizaba al grupo de
los buenos. En total éramos once los niños que jugábamos, el grupo de los malos
tenía más tropa, eran seis. Mi grupo cinco.
A los quince años tuve mi primera novia, ella tenía doce años y vivía en la
misma aldea, se llamaba Marleni Coromoto. Nos conocíamos desde niños, sus
padres eran amigos de los míos. Pero no sabían que éramos novios. Teníamos
mucho cuidado de que no se dieran cuenta. Nos veíamos clandestinamente. Sus
padres eran de carácter fuerte, por eso no podíamos decir nada, para prevenir
represalias contra ella.
Marleni y yo teníamos nuestras señas, ella me entendía y yo a ella. Un día
cuando sus padres estaban de visita en mi rancho, mientras nuestros papas
tomaban y nuestras madres conversaban, nos hicimos nuestras señas sin que
nuestros papás y mamás se dieran cuenta. Ella se escapo sin que la viera su
papá y nos encontramos en un lugar cerca de donde estaban ellos, nos
encontramos detrás de una pared. Y con todo el miedo del adolescente cuando
descubre algo nuevo y todo el miedo que teníamos de que nos descubrieran nos
dimos nuestro primero beso. Un beso autentico, puro, un beso que no copiaba
ningún beso visto, no teníamos donde verlos, donde copiar algún movimiento,
simplemente seguíamos nuestros instintos de humanos, de seres que se desean, de
seres que se quieren.
A los diecisiete años yo seguía con mi sueño de estudiar. Así que busqué apoyo
en mis amigos, hicimos todo un complot y me revelé contra papá. Sin su
consentimiento fuimos mis amigos y yo a la escuela y nos inscribimos en la
escuela otra vez. Reinicio mis estudios en el pueblito más cercano, ya para la
época había una carretera que había sido hecha por los gobiernos de turno. Era
de tierra o granzón.
Siempre me levantaba a las siete de la mañana. Me iba a trabajar la tierra con
papá. Salía del trabajo a las cinco de la tarde y llegaba a las seis y media a
la escuela, que se llamaba Pedro J. Pino y quedaba en Guayabones. Allí
teníamos clases nocturnas. Me iba con mi mismo grupo de amigos. Regresaba a
casa a las doce de la madrugada. Haciendo ese esfuerzo saqué en dos años el
sexto grado.
A los dieciocho años me presenté al ejército, primero porque me gustaba y
luego porque mi papá peleaba mucho con mamá y con nosotros. Yo le decía que
cuando tuviera dieciocho años me iba a inscribir en el ejército. Y así lo hice.
Un domingo ellos se enteraron que yo me iba al ejército, el sábado anterior me
había ido al pueblo para hablar con mis amigos para invitarlos para no irme
solo. Conmigo eramos siete. Y repetimos el complot y nos fuimos los siete para
el ejército.
Antes de irme hablé con Marleni, mi novia y le expuse que lo mejor era
terminar, por lo lejos que yo iba a estar y porque no sabíamos qué nos esperaba
en el camino, tanto a ella como a mí. Ella se negó pero igualmente yo le dije,
le insistí en que no me esperara.
De ahí en adelante vino lo desconocido para un campesino. Yo sólo conocía el
campo, a partir de allí comencé a tener experiencias de vida muy distintas a
las que había vivido en mi entorno. Nos llevan de Guayabones a Mérida y nos
meten en La Plaza de Toros de Mérida. Ahí nos reúnen a todos, como a mil
muchachos. Una tarde llegó un militar, me llamó y me dijo que me habían
asignado para pagar servicio en la Policía Militar. Uno de mis deseos era irme
a Caracas, no la conocía. Cuando oigo que es la Policia Militar, yo me lleno de
esperanzas, porque creo que la Policía Militar está en Caracas. Y cuando
pregunto donde queda la Policía me dicen que está en Fuerte Tiuna. Para mí esa
tarde fue una de las alegrías más grandes. Porque yo quería conocer la capital
y esa quizás era una forma fácil para mí.
Nos trasladan a un grupo en unos autobuses, a cada uno de mis amigos los llevan
a diferentes componentes, no sabíamos a donde había ido cada uno. De ahí me
trasladan y llego al CAR de la Policía Militar que estaba situado en la Av.
Urdaneta en Catia, donde actualmente está la estación del metro, al lado del
Retén de Catia.
A los seis meses soy trasladado al regimiento de Policía Militar con sede en
Fuerte Tiuna, Batallón Abdón Calderón Nº 2. Ahí estuve durante tres meses y
después fui trasladado a la Escuela Superior del Ejército, también en Fuerte
Tiuna, donde se dan cursos para Mayor. Luego fui trasladado al Batallón de
nuevo por tres meses más y por último fui llevado al hospital militar.
Un día nos hicieron presentar un examen, para una beca de Gran Mariscal de
Ayacucho para hacer diversos cursos en España, yo había dicho que quería hacer
el de Automotriz y para Soldadura Pesada. Presentamos el examen 140 personas,
seleccionaron sólo a diez. Entre esos diez estuve yo. Quedé seleccionado y a
los quince días me dieron un permiso para que fuera a hablar con mis padres a
informarles. Ellos se negaron rotundamente. Ellos me decían que “eso era muy
lejos”, y que “yo me podía morir, o morirse ellos y ya no nos íbamos a poder
ver más”. Han pasado 31 años y no me he muerto todavía. Es un poco vergonzoso
contar eso, pero no fui a España. Me pregunto ahora por qué no hice lo mismo
que antes había hecho. Debí haber hecho el complot de antes y de nuevo
rebelarme. Apenas necesitaba quinientos bolívares para irme porque los demás
trámites los hacía el ejército. Eso me desmoralizó totalmente.
El 15 de diciembre de 1978 me dieron de baja. Ese mismo día salí de Caracas
porque no me gustó Caracas. Me regresé a Mérida.
Al llegar a Mérida, Marleni, pese a que le dije que no lo hiciera me esperaba,
así que volvimos a ser novios. En 1980, el 24 de febrero decidimos irnos a
vivir juntos. Ella tenía 18 años y yo tenía 23. Decidimos escaparnos, yo les
conté a mis padres que nos iríamos, ellos no estuvieron de acuerdo, pero sin
embargo lo hicimos. Nos fuimos para casa de un amigo y luego regresamos a casa
de mis papaes. Quince días duramos fuera. Pensé que el papá de ella iba tomar
represalias en contra de nosotros. Tenía informantes dentro de mi grupo de
amigos. Ellos me contaban cómo estaba la situación en la casa, cuando supe que
estaba más tranquila regresamos a mi casa. Mi mamá y papá nos recibieron. Al
mes ella se presenta en casa de sus padres. Donde fue recibida, pero el
problema era conmigo. Ellos no me querían, me querían matar. Seguimos viviendo
juntos en casa de mis padres. Al año yo decidí ir a casa de Marleni y hablar
con sus padres. Tenía mucho miedo, pensé que iba a haber una trifulca, pero no
fue así. Su padre sólo me dijo algunas cosas de las cuales él tenía la razón.
Fui a decirles que nos casábamos. Su respuesta fue, que yo no tenía que
decirles nada, que eso debía haberlo hecho antes “para eso tiene una boca
atravesada: ¡para que hable!”. Le di la razón, no dije nada. En vista de que no
tenía más respuesta de su parte yo me retiré.
Nos casamos, al mes nace nuestro primer hijo. Años más tarde nacen los otros,
entonces le dije a Marleni que averiguara cómo era el asunto para que no
saliera más embarazada. Entonces ella preguntó a su doctor y le mandaron unas
pastillas.
En 1981 comencé a hacer mi casa para vivir aparte. Vivía del jornal. Me ganaba
diez bolívares diarios. En ese mismo año entablé amistad con una radio que
estaba ubicada en Tovar, tenían un programa sobre el trabajo campesino en las
mañanas. Tenía un cultivo de lechosa que se me había enfermado, yo fui para
allá con unas ramas a la estación de radio, porque pensé que habían peritos
técnicos agropecuarios. Mi sorpresa esa mañana que fui es que me llevaron a un
estudio y se acercó un locutor y me dijeron: ¡siéntese! Me pusieron un
micrófono y me dijeron que tenía un programa en vivo. Yo pensé: “mejor era no
haber venido”.
Me preguntaron qué hacía en el campo y cómo había llegado a la radio. Con
la timidez de un campesino, sin haber tenido la experiencia de estar en algún
medio de comunicación, mis palabras eran muy entrecortadas. Tenía mucho miedo
porque sabía que me iban a oír en la comunidad porque la radio tenía mucha
sintonía en la zona. Eran las diez de la mañana. La atención era tan gentil que
después me sentí entre amigos. Y de allí establecí una buena comunicación con
ellos, incluso me convertí en el corresponsal campesino de esa radio. Hacía
entrevistas a los campesinos de mi pueblo con un grabador que me prestaron y
les llevaba las entrevistas para que las trasmitieran.
La radio siempre iba a la comunidad a acompañarnos en la Paradura de niños en
la comunidad.
Luego hicieron un programa que se llamaba “De todos para todos y triunfar con
todos” que se hacía en todas las comunidades de esa zona. En esos mismos meses
el doctor José Mendoza Garcés comienza un programa a la una de la tarde que
hablaba sobre salud y mostraba también algunos planteamientos que la comunidad
le hacía. Fui a su consultorio, en una clínica privada, porque tenía un problema
a nivel personal con un vecino, y pensé que el podía orientarme. Me recibió una
enfermera y me preguntó que si voy a consulta y le digo que voy a hablar de un
problema personal con el doctor. Salió un señor flaco, alto y me dice que
pase. Me manda a sentar en su escritorio, me pregunta que cuál es el motivo de
mi visita, yo le explico: un vecino había puesto a tomar agua a sus animales de
la misma que nosotros consumíamos, ya había hablado con él para que dejara de
hacerlo pero se negó. José Mendoza me dio unas ideas que puse en práctica y el
problema se me resolvió. Hablé con el prefecto y se solucionó, mi vecino hizo
otro pozo aparte para sus animales.
Es allí donde surge la amistad con el doctor José Mendoza. Un día José nos
ofreció una visita, quería venir al campo donde yo vivía. Para nosotros, para
mí y Marleni, fue muy difícil de entender, porque nunca se veía que un médico
visitara la casa de un pobre. Mi esposa me decía que le dijera que no fuera
porque no teníamos cómo recibirlo. Pero un buen día se presentó sin previo
aviso. Yo no estaba en mi casa, lo atendió mi esposa y me dejó dicho que la
semana siguiente vendría, que yo estuviera allí esperándolo y así fue.
Después de esa primera visita tuvimos oportunidad de compartir mucho. Recuerdo
que un día que vino a la casa lo llevamos de cacería un cuñado mío y yo para el
monte. Cazamos una gallineta, un cachicamo y una pava. Mientras nosotros
cazamos lo sentamos a él arriba de una piedra con una escopeta que le habíamos
conseguido. Le dimos a él los animales cazados para que los trajera. Cuando
veníamos de regreso más fue lo que bajó rodando que caminando, pues la bajada
era muy empinada. Llegó lleno de barro por todas las caídas que se dio. Nos
reímos mucho, tanto en la subida como en la bajada. Subimos echándole broma
como a las tres de la tarde, de cuántos animales iba a cazar. A esa hora ya le
habían caído garrapatas, piojitos, iba cansado. De regreso no hubo manera, lo
cargamos con los animales.
Junto a José Mendoza empezamos a hacer círculos de estudios para prepararnos
políticamente e ideológicamente. Leíamos "La Rebelión de los
esclavos", un libro que se llamaba "La madre", "El
pensamiento vivo de Sandino", "Castro y la Religión", "Cátedra
de Pío Tamayo" y otros tantos. De esas lecturas y reflexiones empezamos a
tener la esperanza de que pudiéramos ayudar a cambiar al país. Nos reuníamos
clandestinamente tratando de hacer un grupo revolucionario. No nos podíamos
reunir públicamente porque nos podían perseguir a nivel político.
Cuando empezamos a descubrir lo que fue la colonización, cómo fueron tratados
los esclavos en Venezuela, cómo fue la ida del campesino hacia la ciudad en
busca de un nivel de vida mejor en la llegada del petróleo, descubrimos que
había otra manera de ver las cosas y que quizás organizándonos en nuestro
grupo y además involucrando a la comunidad, podríamos resolver las necesidades
de servicios que teníamos para el momento. Como primera vivencia demostramos
que si no hay una organización política, una dirección política, no hay manera
de que se den los logros en las comunidades.
El primer logro que tuvimos fue que el gobierno colocara luz eléctrica en
nuestra comunidad, conseguimos arreglar la escuela y allí empezó la lucha
social que hasta ahora mantengo y que siempre mantendré.
Luego en
1989, en febrero, tomé junto a cinco campesinos el Fondo Nacional del café,
solicitando el pago oportuno del arrime de la cosecha y algunos remanentes que
nos debía el estado. La empresa Pacca nos recibía a nosotros el café y el Fondo
Nacional del Café era quien daba el dinero para que Pacca cancelara el
producto. A las diez de la mañana llegamos a la Azulita, estaba el cura
terminando la misa, hicimos contacto con algunos de los jefes de la Empresa,
que en ese momento estaba cerrada. El gerente de la empresa PACCA al cual yo
conocía, me solicitó que no nos metiéramos con su Empresa, sino que tomáramos
las acciones a seguir con el Fondo. Hicimos contactos con algunos campesinos
que conseguimos en la plaza pero no nos paraban, porque no veían que tuviéramos
pinta de dirigentes políticos. En vista de la situación, yo le planteo a mis
amigos que el cura es la solución. Les dije: “si el cura nos presta el
micrófono, en vista de que todos los campesinos están saliendo de la misa, el
mensaje puede ser oído”. Uno de ellos me dice que eso es una locura, que eso no
se puede hacer. Que mejor que nos regresáramos a Guayabones. Me opuse. Insistí
con mi idea, me dirigí a la iglesia. Hablé con el cura, pidiéndole que nos
apoyara, porque nosotros íbamos con la idea de tomar el Fondo Nacional del Café
ya que en todo el país habían sido tomados por los campesinos los Fondos
Nacionales del Café, nosotros nos habíamos enterado por la radio occidente.
El cura nos escuchó e hizo un llamado. Explicó que andaba un grupo de
dirigentes campesinos que querían tomar el fondo. Salí a la plaza y me conseguí
a uno de mis compañeros discutiendo con un trabajador de la Empresa PACCA que
estaba en contra de la toma. En ese momento ya habían como diez campesinos reunidos
en una esquina.
En otro ángulo de la plaza, traté de conseguir apoyo de más campesinos pero no
lo logré, uno de ellos me dice esta frase que fue clave para el evento
mirándome de arriba a abajo: “¿y usted ni una carpeta carga?”, eso me molestó,
pero a su vez me dio una idea hábil. Me dirigí a donde estaba uno de mis amigos
que tiene un bolso, dentro había un sobre de Manila y un periódico. Tomé el
sobre y me subí arriba de una banca de la plaza y empecé a hablar. Eso llamó la
atención de los presentes en la plaza, a los pocos segundos ya había alrededor
mío un aproximado de cincuenta personas. Empezaron a gritar improperios en
contra del gobierno de ese momento, acusando de ladrones a los de la PACCA y a
los del Fondo Nacional del Café.
Ahí se encendió la mecha, les dije que el que estuviera de acuerdo con la toma
me siguiera y me bajé de la banca. Mis cinco amigos me decían preocupados que
cómo íbamos a resolver el problema. El Fondo estaba cerrado y teníamos a la
gente alterada, molesta. Me dirigí al fondo y me subí arriba de un camión que
estaba parado, pregunté que quién tenía carro y si alguien sabía donde vivía el
que tiene la llave del Fondo. Cuatro de los presentes tenían una Toyota cada
uno y sabían donde vivía el que tenía las llaves.
Salimos en caravana como a cuatro kilómetros de la Azulita. Mientras mis amigos
se quedaron con los demás frente al Fondo. Algunos planteaban buscar seguetas
para cortar los candados. Yo les plantee que no debíamos hacer ningún tipo de
acción violenta. Y dejé a mis amigos en frente a ese portón, para asegurarme
que no fuera a ocurrir nada que nos perjudicara. Eso fue aproximadamente a la
una de la tarde.
A las cuatro de la tarde regresamos con el señor, cuando llegamos a su casa el
se opuso a venir, pero lo persuadimos diciéndole que era una solución para
calmar a los campesinos. Llegamos y abrimos el Fondo y nos instalamos.
Estuvimos un mes instalados durmiendo dentro del Fondo, la PACCA había ofrecido
una comida que nos dieron los primeros días, luego fue suspendida porque en
una asamblea que tuvimos nos plantearon que no podíamos seguir recibiendo
comida de la PACCA porque estábamos como comprados. Y nos solicitaron ponerle
punta de soldadura a todas las puertas de la Empresa PACCA previendo que no se
perdiera ningún archivo de las irregularidades que había en la PACCA. Aprobé
esa propuesta, diciendo que buscaran un soldador. Inmediatamente llegaron con
el soldador y empezaron a poner puntos de soldadura a todos los puntos de la
empresa. Nos suspendieron la comida. Los pobladores de la Azulita nos dijeron
que ellos se hacían responsables de todo lo necesario de alimentación para
mantenernos allá.
Nos traían del campo la comida preparada, nos traían quesos, frutas. Tuvimos
apoyo del comercio, tuvimos apoyo de la iglesia, tuvimos apoyo de la población
en general de la Azulita y también de radio occidente que estuvo con nosotros
en esos eventos.
Luego organizamos un viaje a Caracas para exigirle al Fondo Nacional del Café
y al Ministerio de Agricultura y Cría, el pago de todas las cosechas y
remanentes que nos debían. Llegamos al edificio José María Vargas en Caracas
como quinientos campesinos de diferentes partes del país, estuvimos dos días,
logramos hablar con Diana Pérez, Viceministra de Agricultura y Cría y con
Diputados del Congreso Nacional. Firmamos unos acuerdos y en esa misma semana
llegaron parte de los pagos que habíamos exigido. Nos manteníamos entonces en
el Fondo presionando para lograr todos nuestros objetivos.
Luego el 27 de febrero es el toque de queda y el primero de marzo tuvimos que
abandonar el Fondo porque me llamó el presidente de la PACCA para decirnos que
si no abandonábamos el Fondo nos sacarían con la fuerza pública.
El primero de marzo nos retiramos en vista de que no teníamos garantías constitucionales.
Con el tiempo y poco a poco, fuimos logrando el resto de las solicitudes que
habíamos exigido se nos atendieran.
Abandono el campo porque no tengo donde sembrar, sembraba en la misma finca de
mi papá. Una vez mi papá vende la finca yo quedo desempleado, un campesino sin
tierra, con tres muchachos, una esposa y sin trabajo.
En 1991 me veo obligado a emigrar, me dirijo a la ciudad, me voy al Vigía y
ahí me instalo con lo poco que saqué de las pertenencias que vendí. Compro una
casita por cincuenta mil bolívares y me dedico a trabajar en las
construcciones y trabajos a destajo.
La situación se me complica, decido el 14 de marzo de 1996 viajar a la isla de
Margarita en busca de trabajo en ese lugar. Mi esposa e hijos se quedaron en el
Vigía. Llego a la isla y consigo trabajo como jardinero. Y a los ocho meses
traslado a mi familia para la isla. Mi esposa consigue trabajo de ayudante de
cocina y nos dieron casa para vivir.
Volvimos a Mérida en el 2004 pues aún teníamos la casa allá y había peligro de
que nos la quitaran. Ya que en la isla había bajado el empleo por el golpe de
estado.
Paso dos años y sigo desempleado en Mérida. Allí es cuando consigo cómo
comunicarme con el doctor José Mendoza Garcés. El me dijo que me viniera al
Ministerio de Salud, para apoyarlo en el trabajo con las comunidades de Caracas
en Proyecto Madre, por la experiencia que yo tenía con el trabajo comunitario.
En este nuevo trabajo fue una nueva experiencia pues las comunidades de Caracas
son muy distintas a las comunidades campesinas, por lo tanto el trabajo debía
ser otro. Las comunidades campesinas son más dadas para entender la
organización, tal vez por lo menos complejas; las comunidades de Caracas en
cambio, son más cerradas a entender que tienen que organizarse. Sin embargo,
rápidamente me adapté a la nueva dinámica social.
El trabajo de oficina también fue otra experiencia, es un salto de 180º porque
una de mis primeras grandes dificultades es que me vi obligado a usar una
computadora y no sabía hacerlo. Ha sido una limitación por el nivel de estudio
que yo tengo, pero he tenido muchas ventajas porque a nivel de los compañeros
de trabajo he aprendido a manejar lo básico de las computadoras. Por lo menos
ahora sé qué es un ratón, que yo no sabía cómo era eso ni cómo se llamaba. Que
ya en la actualidad tengo mi computadora, que no la sé manejar pero ya sabré
cómo manejarla. Ojalá que a muchos campesinos se les dé este espacio en estos
lugares, no para que pierdan su identidad, sino para que conozcan otra
historia, y descubran cómo es este mundo interno, cómo se trabaja en los
ministerios, donde a veces se consigue personas solidarias, pero otras veces
personas muy apáticas, personas que no quieren trabajar. Donde los intereses
son quince y último en su mayoría, que hay envidias, personas que ponen sus
zancadillas para que otras no avancen y logren un trabajo dirigido al servicio
de las comunidades, esas cosas se consiguen en estos ministerios, es esa una de
las razones por las que ahora me traslado a Margarita porque no quiero ser un
parasito que parasite en este Ministerio cobrando sin trabajar. Yo creo que la
solución está en la parte gerencial, debe haber desde el Ministro hasta el más
bajo nivel, autoridad y autonomía, donde los lineamientos se den a cabalidad a
todos los niveles de todo el personal que aquí labora porque esa es la manera
de cambiar el modelo burocrático que han vivido y que siguen aún viviendo todos
los ministerios.
Otra de las ventajas que logré de ir a Caracas es que retomé de nuevo mis
estudios, apenas llegué me inscribí en la Misión Ribas, estudie en la Parroquia
Catedral, terminé mi bachillerato. En enero de este año 2007 me inscribí en la
Misión Sucre, en la carrera de Gestión Social y Desarrollo Local. Escogí esa
carrera primero porque tiene que ver con mi trabajo, al menos con el trabajo
que estaba haciendo en Proyecto Madre, que era un apoyo muy cercano a todas las
comunidades. La otra razón de yo querer trabajar en lo social es porque me
siento identificado por haber venido de ese mismo estrato. También me gustaría
estudiar Comunicación Social, me gustaría ser periodista, también siempre con
el mismo objetivo. Creo que siendo periodista puedo apoyar a mis comunidades,
podría ayudar a mi clase en la denuncia de sus problemas.
La visión que yo tenía antes de todos mis conocimientos de lo social y lo
político es muy distinta a la que tengo ahora. Cuando estaba en el ejército no
tenía planes para el futuro, todo era improvisado. Una vez comencé a tener
información y conocimientos de la política, de la sociedad, a entender las
razones por las que mi clase vivía de esa manera, empecé a ver un horizonte de
un cambio social estructural del país, empecé a tener una visión del futuro a
nivel del país, ni siquiera a nivel propio. Con una visión de tener una vida
justa y digna para toda aquella persona que sea obrera, campesina. Para todos
los más excluidos. A mi me llegó, he tenido el chance de dejar de ser excluido,
ya al entrar a un Ministerio siento que dejé de ser excluido.
Treinta años viví en el campo, treinta años viví esa experiencia de ser
campesino, el cuál es muy mal visto. El campesino es una clase condenada.
Condenada a no recibir del Estado ningún apoyo, a no tener crédito, a tener que
luchar fuerte para lograr los servicios públicos, a no tener ambulatorios, a
tener que caminar tres o cuatro horas para conseguir la fuente de recursos para
su subsistencia. Es una clase que es despreciada por el que tiene dinero,
porque no sabe hablar bien, porque su nivel educativo es pobre, pero el campesino
es el que produce, es el que da la comida, es el que se pone de espaldas de sol
a sol, para sembrar, para cosechar y para llevar esa producción al mercado.
Algunos creerán que es obra de Dios, que llegó solo, que eso no tiene ningún
costo. Por eso yo estaré siempre en defensa de esa clase, porque de ahí vengo.
Y donde vaya, sean los mejores y más connotados escenarios que yo pise, diré
que soy campesino. Para mí es un orgullo decirlo y para mí es ofensa cuando
oigo hablar mal de un campesino porque ese es mi hermano. Ese es el que sufre,
es el que se trasnocha y da la vida por lograr una vida justa.
Ahora tengo planes y visión para el futuro, para el futuro de mi país, de mis
comunidades, de mis campesinos. Mi objetivo es seguir trabajando, para que se
den los cambios necesarios en el país, en cualquier lugar que yo esté. Que las
personas tengan viviendas justas, dignas, si yo la tengo que la tengan los
demás, que tengan trabajo, que tengan estudios, que estudien, que haya salud,
que se le de los conocimientos necesarios para que cada persona aprenda en su
lugar cómo prevenir enfermedades, cómo tener salud, que tengan todos los
servicios esenciales para la vida, ahí estaremos construyendo lo que un día
pensamos que era posible. Y que seguimos pensando que es posible.