Hildemaro, el protagonista de la historia es un compañero-hermano-compadre con quien compartimos luchas y sueños en El Vigía en los años 80 y 90 donde coincidimos en lo que fue la experiencia del Centro Obrero y Campesino Sur Del Lago, donde nos encontramos, entre otros, con un grupo de valiosísimos sacerdotes y monjas identificados con la "opción preferencial por los pobres", entre los que recordamos al padre Silguero de Radio Occidente en Tovar, Mérida, José Gor de San Pedro de Tovar, las hermanas de La Playa de Bailadores y de la casa PAPIROA de El Vigía, el Padre Micheo y sus compañeros del Centro Gumilla de Barquisimeto, el Padre Manolo de Guarico, Lara, entre otros.
Con Bertha e Hidemaro compartimos el sueño y la lucha del Proyecto Madre en el Ministerio de Salud durante la gestion ministerial de Francisco Amada.
La Historia de un Campesino
Tuve el
gran privilegio hace un poco más de un año, de conocer al Señor Hildemaro
Ramírez, un campesino del Edo. Mérida. Recuerdo perfectamente el primer día que
lo vi, y supe inmediatamente la clase de persona que es: honesto, sincero, de
alma pura, mirada dulce, de una sensibilidad envidiable, con una fuerza para la
lucha inagotable, una valentía para defender la vida, la justicia, como estoy
segura tenían nuestros libertadores. Ojalá muchos tengan el privilegio que tuve
yo y ojalá sigamos su ejemplo de solidaridad y gran amor a nuestro país.
Hemos tenido que alejarnos, trabajabamos juntos y teníamos una especie de
grupo de conspiradores al que él le llamaba: "laboratorio de
conspiración". Lo más gracioso es que conspirabamos por el bien y en
contra del mal. Tuvo que dejar nuestro laboratorio, pero, antes de irse le pedí
me contara su historia, me contara su vida, su visión de la vida. Espero la
disfruten tanto como la he disfrutado yo. Que sea este un regalo que le doy al
señor Hildemaro por haberme dado el placer de conocerlo y un regalo a los que
leen este blog, por leerme.
Quiero
decir que primero que todo, me hace muy feliz saber que alguien quiera conocer
cómo vive un campesino. Voy a empezar hablando de mi infancia, mi infancia fue
muy humilde, quizás no tuve infancia. Mis padres vivían en una comunidad
campesina del estado Mérida, se llamaba Quebraditas de la Trinidad, allí
trabajaban como peones de hacienda, eso fue a finales de 1957. Luego se mudaron
a Guayabones. Allí había una comunidad campesina llamada Lomas de Piedras
perteneciente al Municipio Andrés Bello, actualmente Municipio Obispo Ramos de
Lora.
El campesino tenía que irse a la selva para ganarse la vida, por eso mis papáes (así le decimos a nuestros padres los campesinos y campesinas) se trasladaron allí, querían hacer su propia finca en Lomas de Piedras, llamada así porque tenía muchas piedras. Lomas de Piedras era una selva, eran montañas vírgenes. Para poder hacer su rancho tuvieron que talar la selva y mientras construían su rancho vivíamos con mi tío en el de él, que también estaba allí.
Cuenta mi mamá que cuando tenía seis meses de nacido me subía en un canasto, un canasto es una fibra de bejuco que se corta, es una hebra, como un mecate que ellos pelaban y tejían, y lo usaban para trasladar lo que necesitaran trasladar. Se guindaba sobre la cabeza con una cinta y el canasto iba sobre la espalda, la mayoría del peso descansaba en la cabeza. Al canasto le cabían por lo menos cincuenta kilos. También a mí me llevaron en ese canasto, me llevaban cuando ellos iban a talar los árboles, mamá iba con papá para poder apoyarlo en las labores de la tala, a mí me llevaba en el canasto para tenerme cerca y me dejaba mientras ellos trabajaban, dentro del canasto, sobre las raíces grandes de los árboles.
Mis papaes no eran los únicos campesinos que trabajaban para tener su finca y su rancho, había una colonia de campesinos, aproximadamente unas quince o veinte familias de campesinos, cada una había demarcado varias hectáreas de selva. Seis meses después mis papaes lograron construir su rancho, el techo era de palma, las paredes eran de madera amarradas con bejuco o bahareque, los pisos eran de tierra, no había nada de cemento. Las camas eran hechas con paja, se secaba la paja y se hacían camitas de paja seca que llamábamos trojas, si conseguían cartón en el pueblo, se lo ponían encima como especie de colchón. También se usaba la esterilla, de una graminea que se llama junco. Se hacían de concha del cambur o del tallo del cambur.
Mis papaes tenían su troja. Yo dormí con ellos mientras estaba bebé, pero una vez crecí me pusieron a dormir con mis otros hermanos. Entonces dormíamos los cuatro en una troja de aproximadamente dos metros de ancho. Luego nacieron dos hermanitos más, entonces cuando estos estaban más grandes y mis papaes los sacaban de su cama, los más grandes, teníamos que irnos a dormir al piso, para dejar el espacio a los más pequeños.
Mi mamá me dice que me dio teta hasta los cinco años. La teta era mi alimento, la forma de mantenernos, porque éramos ya cuatro hermanos. También nos alimentaban con mucha carne. Papá y los otros campesinos cazaban siempre, la alimentación se basaba básicamente en la carne gracias a la caza. Se cazaban muchos animales: el paujuil (es como un pavo que tiene un copete de piedra arriba en la cabeza, los hay negros y blancos), la lapa, el venado, el picure, el cachicamo, la gallineta, y otros. Nuestra comida era carne. Mamá a veces tenía una vara, y ponía la carne en tiras, para que se conservara, la manera de conservar la carne era ahumándola, de esa manera nos duraba hasta un mes.
Luego papá hizo un conuco y empezamos a producir el cambur. Entre los compañeros del sector había mucho apoyo. Para aligerar el trabajo se realizaba lo que llamábamos el “Convite” o “La Mano Vuelta”. El Convite consistía en que se invitaban a todos los que quisieran ir a talar y se les daba el desayuno, almuerzo y cena. No cobraban nada por ese trabajo. La mano vuelta, era un trabajo parecido, tú me ayudabas a mí hoy y yo te ayudaba mañana a tí. De esa manera, ayudándose unos a otros fue como ellos lograban hacer crecer sus conucos, de esa manera hacían para que fueran productivos, la mano de obra se usaba de esa manera, pues no había dinero para pagarla y como todos estaban interesados se unían y se apoyaban.
Eran dos horas de camino del conuco al pueblo más cercano. El cambur, que fue lo primero que empezaron a producir, se trasladaba desde el conuco hasta ese pueblo donde un camión compraba los cambures. Para llevarlo tomaban un camino hecho por los mismos campesinos. El medio de transporte que teníamos eran los burros y la bestia caballar. Algunos no tenían los animales, pero los demás compañeros que tenían se los prestaban cuando no los estaban usando.
Recuerdo que a los cinco años me iba con papá a ayudarlo a atender los burros, que él luego iba a usar para el traslado de la producción. A esa edad empecé a trabajar en las labores del campo con mi padre. No había escuela en ese entonces.
En la comunidad nos reuníamos siempre. Nos gustaba mucho cuando venía la Semana Santa, también nos gustaba cuando venía diciembre. En Semana Santa había intercambio de comida entre los vecinos de la comunidad. Un día, todos comíamos en un rancho y al día siguiente en otro.
Hicimos un grupo de niños, siempre andábamos juntos. A mí y a mis amiguitos nos gustaban mucho esas fiestas, porque mientras los papás estaban reunidos nosotros jugábamos. Cortábamos la tora (que es como la flor del cambur que queda cuando ya la mata ha echado el fruto). A la tora, le poníamos paticas, tetas y cachos, y hacíamos la figura de una vaca. Hacíamos muchas. Finalmente hacíamos el corral con palos de madera que conseguíamos. Esto lo hacíamos en Semana Santa.
Pero en diciembre se repetía lo mismo, se hacía intercambio entre los vecinos para compartir la comida para Noche Buena y para recibir el año. Los adultos hacían la parranda, se iba un grupo de cuerdas, con violines y los adultos bailaban. No había electricidad en la comunidad, así que la luz la hacíamos con mechurrio, usábamos kerosén como combustible y se hacía una mecha de trapo. Se armaba el plato navideño con la colaboración de todos. Unos ponían la cuajada, otros la lechosa, otros el pollo. Y así comíamos de toda la comida.
Cuando yo tenía diez años la producción seguía desarrollándose. El cambur seguía siendo la producción principal. Crearon una escuela cerca de la comunidad, bueno, como a dos horas. Comencé a estudiar el primer grado con mucho entusiasmo, pero, a los trece años papá me retiró de la escuela porque decía que yo tenía que seguir ayudándolo en las labores del campo. Yo no quería dejar la escuela, así que le pedí a la maestra que interviniera. Recuerdo que le hice una cartita, donde le pedía que hablara con papá para que él me dejara estudiar. Ella trató de hacerlo cambiar de opinión pero no lo logró. Dejé la escuela y continué con el trabajo de la finca.
Tenía un grupo de amigos de mi edad con los que jugaba. Nos íbamos a un pozo, hacíamos dos grupos, un grupo bueno, y uno malo. Hacíamos bolas de arcilla, y hacíamos aquellos enfrentamientos de buenos contra malos. Teníamos un radio. Y oíamos una novela por radio rumbos, recuerdo que se llamaba Martín Valiente. Y quizás basada en esa novela construimos esos grupos de buenos y malos. Porque Martín Valiente era el defensor de los pobres y los desamparados. Yo estaba en el grupo bueno. Yo hacía el papel de Martín Valiente y organizaba al grupo de los buenos. En total éramos once los niños que jugábamos, el grupo de los malos tenía más tropa, eran seis. Mi grupo cinco.
A los quince años tuve mi primera novia, ella tenía doce años y vivía en la misma aldea, se llamaba Marleni Coromoto. Nos conocíamos desde niños, sus padres eran amigos de los míos. Pero no sabían que éramos novios. Teníamos mucho cuidado de que no se dieran cuenta. Nos veíamos clandestinamente. Sus padres eran de carácter fuerte, por eso no podíamos decir nada, para prevenir represalias contra ella.
Marleni y yo teníamos nuestras señas, ella me entendía y yo a ella. Un día cuando sus padres estaban de visita en mi rancho, mientras nuestros papas tomaban y nuestras madres conversaban, nos hicimos nuestras señas sin que nuestros papás y mamás se dieran cuenta. Ella se escapo sin que la viera su papá y nos encontramos en un lugar cerca de donde estaban ellos, nos encontramos detrás de una pared. Y con todo el miedo del adolescente cuando descubre algo nuevo y todo el miedo que teníamos de que nos descubrieran nos dimos nuestro primero beso. Un beso autentico, puro, un beso que no copiaba ningún beso visto, no teníamos donde verlos, donde copiar algún movimiento, simplemente seguíamos nuestros instintos de humanos, de seres que se desean, de seres que se quieren.
A los diecisiete años yo seguía con mi sueño de estudiar. Así que busqué apoyo en mis amigos, hicimos todo un complot y me revelé contra papá. Sin su consentimiento fuimos mis amigos y yo a la escuela y nos inscribimos en la escuela otra vez. Reinicio mis estudios en el pueblito más cercano, ya para la época había una carretera que había sido hecha por los gobiernos de turno. Era de tierra o granzón.
Siempre me levantaba a las siete de la mañana. Me iba a trabajar la tierra con papá. Salía del trabajo a las cinco de la tarde y llegaba a las seis y media a la escuela, que se llamaba Pedro J. Pino y quedaba en Guayabones. Allí teníamos clases nocturnas. Me iba con mi mismo grupo de amigos. Regresaba a casa a las doce de la madrugada. Haciendo ese esfuerzo saqué en dos años el sexto grado.
A los dieciocho años me presenté al ejército, primero porque me gustaba y luego porque mi papá peleaba mucho con mamá y con nosotros. Yo le decía que cuando tuviera dieciocho años me iba a inscribir en el ejército. Y así lo hice. Un domingo ellos se enteraron que yo me iba al ejército, el sábado anterior me había ido al pueblo para hablar con mis amigos para invitarlos para no irme solo. Conmigo eramos siete. Y repetimos el complot y nos fuimos los siete para el ejército.
Antes de irme hablé con Marleni, mi novia y le expuse que lo mejor era terminar, por lo lejos que yo iba a estar y porque no sabíamos qué nos esperaba en el camino, tanto a ella como a mí. Ella se negó pero igualmente yo le dije, le insistí en que no me esperara.
De ahí en adelante vino lo desconocido para un campesino. Yo sólo conocía el campo, a partir de allí comencé a tener experiencias de vida muy distintas a las que había vivido en mi entorno. Nos llevan de Guayabones a Mérida y nos meten en La Plaza de Toros de Mérida. Ahí nos reúnen a todos, como a mil muchachos. Una tarde llegó un militar, me llamó y me dijo que me habían asignado para pagar servicio en la Policía Militar. Uno de mis deseos era irme a Caracas, no la conocía. Cuando oigo que es la Policia Militar, yo me lleno de esperanzas, porque creo que la Policía Militar está en Caracas. Y cuando pregunto donde queda la Policía me dicen que está en Fuerte Tiuna. Para mí esa tarde fue una de las alegrías más grandes. Porque yo quería conocer la capital y esa quizás era una forma fácil para mí.
Nos trasladan a un grupo en unos autobuses, a cada uno de mis amigos los llevan a diferentes componentes, no sabíamos a donde había ido cada uno. De ahí me trasladan y llego al CAR de la Policía Militar que estaba situado en la Av. Urdaneta en Catia, donde actualmente está la estación del metro, al lado del Retén de Catia.
A los seis meses soy trasladado al regimiento de Policía Militar con sede en Fuerte Tiuna, Batallón Abdón Calderón Nº 2. Ahí estuve durante tres meses y después fui trasladado a la Escuela Superior del Ejército, también en Fuerte Tiuna, donde se dan cursos para Mayor. Luego fui trasladado al Batallón de nuevo por tres meses más y por último fui llevado al hospital militar.
Un día nos hicieron presentar un examen, para una beca de Gran Mariscal de Ayacucho para hacer diversos cursos en España, yo había dicho que quería hacer el de Automotriz y para Soldadura Pesada. Presentamos el examen 140 personas, seleccionaron sólo a diez. Entre esos diez estuve yo. Quedé seleccionado y a los quince días me dieron un permiso para que fuera a hablar con mis padres a informarles. Ellos se negaron rotundamente. Ellos me decían que “eso era muy lejos”, y que “yo me podía morir, o morirse ellos y ya no nos íbamos a poder ver más”. Han pasado 31 años y no me he muerto todavía. Es un poco vergonzoso contar eso, pero no fui a España. Me pregunto ahora por qué no hice lo mismo que antes había hecho. Debí haber hecho el complot de antes y de nuevo rebelarme. Apenas necesitaba quinientos bolívares para irme porque los demás trámites los hacía el ejército. Eso me desmoralizó totalmente.
El 15 de diciembre de 1978 me dieron de baja. Ese mismo día salí de Caracas porque no me gustó Caracas. Me regresé a Mérida.
Al llegar a Mérida, Marleni, pese a que le dije que no lo hiciera me esperaba, así que volvimos a ser novios. En 1980, el 24 de febrero decidimos irnos a vivir juntos. Ella tenía 18 años y yo tenía 23. Decidimos escaparnos, yo les conté a mis padres que nos iríamos, ellos no estuvieron de acuerdo, pero sin embargo lo hicimos. Nos fuimos para casa de un amigo y luego regresamos a casa de mis papaes. Quince días duramos fuera. Pensé que el papá de ella iba tomar represalias en contra de nosotros. Tenía informantes dentro de mi grupo de amigos. Ellos me contaban cómo estaba la situación en la casa, cuando supe que estaba más tranquila regresamos a mi casa. Mi mamá y papá nos recibieron. Al mes ella se presenta en casa de sus padres. Donde fue recibida, pero el problema era conmigo. Ellos no me querían, me querían matar. Seguimos viviendo juntos en casa de mis padres. Al año yo decidí ir a casa de Marleni y hablar con sus padres. Tenía mucho miedo, pensé que iba a haber una trifulca, pero no fue así. Su padre sólo me dijo algunas cosas de las cuales él tenía la razón. Fui a decirles que nos casábamos. Su respuesta fue, que yo no tenía que decirles nada, que eso debía haberlo hecho antes “para eso tiene una boca atravesada: ¡para que hable!”. Le di la razón, no dije nada. En vista de que no tenía más respuesta de su parte yo me retiré.
Nos casamos, al mes nace nuestro primer hijo. Años más tarde nacen los otros, entonces le dije a Marleni que averiguara cómo era el asunto para que no saliera más embarazada. Entonces ella preguntó a su doctor y le mandaron unas pastillas.
En 1981 comencé a hacer mi casa para vivir aparte. Vivía del jornal. Me ganaba diez bolívares diarios. En ese mismo año entablé amistad con una radio que estaba ubicada en Tovar, tenían un programa sobre el trabajo campesino en las mañanas. Tenía un cultivo de lechosa que se me había enfermado, yo fui para allá con unas ramas a la estación de radio, porque pensé que habían peritos técnicos agropecuarios. Mi sorpresa esa mañana que fui es que me llevaron a un estudio y se acercó un locutor y me dijeron: ¡siéntese! Me pusieron un micrófono y me dijeron que tenía un programa en vivo. Yo pensé: “mejor era no haber venido”.
Me preguntaron qué hacía en el campo y cómo había llegado a la radio. Con la timidez de un campesino, sin haber tenido la experiencia de estar en algún medio de comunicación, mis palabras eran muy entrecortadas. Tenía mucho miedo porque sabía que me iban a oír en la comunidad porque la radio tenía mucha sintonía en la zona. Eran las diez de la mañana. La atención era tan gentil que después me sentí entre amigos. Y de allí establecí una buena comunicación con ellos, incluso me convertí en el corresponsal campesino de esa radio. Hacía entrevistas a los campesinos de mi pueblo con un grabador que me prestaron y les llevaba las entrevistas para que las trasmitieran.
La radio siempre iba a la comunidad a acompañarnos en la Paradura de niños en la comunidad.
Luego hicieron un programa que se llamaba “De todos para todos y triunfar con todos” que se hacía en todas las comunidades de esa zona. En esos mismos meses el doctor José Mendoza Garcés comienza un programa a la una de la tarde que hablaba sobre salud y mostraba también algunos planteamientos que la comunidad le hacía. Fui a su consultorio, en una clínica privada, porque tenía un problema a nivel personal con un vecino, y pensé que el podía orientarme. Me recibió una enfermera y me preguntó que si voy a consulta y le digo que voy a hablar de un problema personal con el doctor. Salió un señor flaco, alto y me dice que pase. Me manda a sentar en su escritorio, me pregunta que cuál es el motivo de mi visita, yo le explico: un vecino había puesto a tomar agua a sus animales de la misma que nosotros consumíamos, ya había hablado con él para que dejara de hacerlo pero se negó. José Mendoza me dio unas ideas que puse en práctica y el problema se me resolvió. Hablé con el prefecto y se solucionó, mi vecino hizo otro pozo aparte para sus animales.
Es allí donde surge la amistad con el doctor José Mendoza. Un día José nos ofreció una visita, quería venir al campo donde yo vivía. Para nosotros, para mí y Marleni, fue muy difícil de entender, porque nunca se veía que un médico visitara la casa de un pobre. Mi esposa me decía que le dijera que no fuera porque no teníamos cómo recibirlo. Pero un buen día se presentó sin previo aviso. Yo no estaba en mi casa, lo atendió mi esposa y me dejó dicho que la semana siguiente vendría, que yo estuviera allí esperándolo y así fue.
Después de esa primera visita tuvimos oportunidad de compartir mucho. Recuerdo que un día que vino a la casa lo llevamos de cacería un cuñado mío y yo para el monte. Cazamos una gallineta, un cachicamo y una pava. Mientras nosotros cazamos lo sentamos a él arriba de una piedra con una escopeta que le habíamos conseguido. Le dimos a él los animales cazados para que los trajera. Cuando veníamos de regreso más fue lo que bajó rodando que caminando, pues la bajada era muy empinada. Llegó lleno de barro por todas las caídas que se dio. Nos reímos mucho, tanto en la subida como en la bajada. Subimos echándole broma como a las tres de la tarde, de cuántos animales iba a cazar. A esa hora ya le habían caído garrapatas, piojitos, iba cansado. De regreso no hubo manera, lo cargamos con los animales.
Junto a José Mendoza empezamos a hacer círculos de estudios para prepararnos políticamente e ideológicamente. Leíamos "La Rebelión de los esclavos", un libro que se llamaba "La madre", "El pensamiento vivo de Sandino", "Castro y la Religión", "Cátedra de Pío Tamayo" y otros tantos. De esas lecturas y reflexiones empezamos a tener la esperanza de que pudiéramos ayudar a cambiar al país. Nos reuníamos clandestinamente tratando de hacer un grupo revolucionario. No nos podíamos reunir públicamente porque nos podían perseguir a nivel político.
Cuando empezamos a descubrir lo que fue la colonización, cómo fueron tratados los esclavos en Venezuela, cómo fue la ida del campesino hacia la ciudad en busca de un nivel de vida mejor en la llegada del petróleo, descubrimos que había otra manera de ver las cosas y que quizás organizándonos en nuestro grupo y además involucrando a la comunidad, podríamos resolver las necesidades de servicios que teníamos para el momento. Como primera vivencia demostramos que si no hay una organización política, una dirección política, no hay manera de que se den los logros en las comunidades.
El primer logro que tuvimos fue que el gobierno colocara luz eléctrica en nuestra comunidad, conseguimos arreglar la escuela y allí empezó la lucha social que hasta ahora mantengo y que siempre mantendré.
Luego en
1989, en febrero, tomé junto a cinco campesinos el Fondo Nacional del café,
solicitando el pago oportuno del arrime de la cosecha y algunos remanentes que
nos debía el estado. La empresa Pacca nos recibía a nosotros el café y el Fondo
Nacional del Café era quien daba el dinero para que Pacca cancelara el
producto. A las diez de la mañana llegamos a la Azulita, estaba el cura
terminando la misa, hicimos contacto con algunos de los jefes de la Empresa,
que en ese momento estaba cerrada. El gerente de la empresa PACCA al cual yo
conocía, me solicitó que no nos metiéramos con su Empresa, sino que tomáramos
las acciones a seguir con el Fondo. Hicimos contactos con algunos campesinos
que conseguimos en la plaza pero no nos paraban, porque no veían que tuviéramos
pinta de dirigentes políticos. En vista de la situación, yo le planteo a mis
amigos que el cura es la solución. Les dije: “si el cura nos presta el
micrófono, en vista de que todos los campesinos están saliendo de la misa, el
mensaje puede ser oído”. Uno de ellos me dice que eso es una locura, que eso no
se puede hacer. Que mejor que nos regresáramos a Guayabones. Me opuse. Insistí
con mi idea, me dirigí a la iglesia. Hablé con el cura, pidiéndole que nos
apoyara, porque nosotros íbamos con la idea de tomar el Fondo Nacional del Café
ya que en todo el país habían sido tomados por los campesinos los Fondos
Nacionales del Café, nosotros nos habíamos enterado por la radio occidente.
El cura nos escuchó e hizo un llamado. Explicó que andaba un grupo de dirigentes campesinos que querían tomar el fondo. Salí a la plaza y me conseguí a uno de mis compañeros discutiendo con un trabajador de la Empresa PACCA que estaba en contra de la toma. En ese momento ya habían como diez campesinos reunidos en una esquina.
En otro ángulo de la plaza, traté de conseguir apoyo de más campesinos pero no lo logré, uno de ellos me dice esta frase que fue clave para el evento mirándome de arriba a abajo: “¿y usted ni una carpeta carga?”, eso me molestó, pero a su vez me dio una idea hábil. Me dirigí a donde estaba uno de mis amigos que tiene un bolso, dentro había un sobre de Manila y un periódico. Tomé el sobre y me subí arriba de una banca de la plaza y empecé a hablar. Eso llamó la atención de los presentes en la plaza, a los pocos segundos ya había alrededor mío un aproximado de cincuenta personas. Empezaron a gritar improperios en contra del gobierno de ese momento, acusando de ladrones a los de la PACCA y a los del Fondo Nacional del Café.
El cura nos escuchó e hizo un llamado. Explicó que andaba un grupo de dirigentes campesinos que querían tomar el fondo. Salí a la plaza y me conseguí a uno de mis compañeros discutiendo con un trabajador de la Empresa PACCA que estaba en contra de la toma. En ese momento ya habían como diez campesinos reunidos en una esquina.
En otro ángulo de la plaza, traté de conseguir apoyo de más campesinos pero no lo logré, uno de ellos me dice esta frase que fue clave para el evento mirándome de arriba a abajo: “¿y usted ni una carpeta carga?”, eso me molestó, pero a su vez me dio una idea hábil. Me dirigí a donde estaba uno de mis amigos que tiene un bolso, dentro había un sobre de Manila y un periódico. Tomé el sobre y me subí arriba de una banca de la plaza y empecé a hablar. Eso llamó la atención de los presentes en la plaza, a los pocos segundos ya había alrededor mío un aproximado de cincuenta personas. Empezaron a gritar improperios en contra del gobierno de ese momento, acusando de ladrones a los de la PACCA y a los del Fondo Nacional del Café.
Ahí se encendió la mecha, les dije que el que estuviera de acuerdo con la toma me siguiera y me bajé de la banca. Mis cinco amigos me decían preocupados que cómo íbamos a resolver el problema. El Fondo estaba cerrado y teníamos a la gente alterada, molesta. Me dirigí al fondo y me subí arriba de un camión que estaba parado, pregunté que quién tenía carro y si alguien sabía donde vivía el que tiene la llave del Fondo. Cuatro de los presentes tenían una Toyota cada uno y sabían donde vivía el que tenía las llaves.
Salimos en caravana como a cuatro kilómetros de la Azulita. Mientras mis amigos se quedaron con los demás frente al Fondo. Algunos planteaban buscar seguetas para cortar los candados. Yo les plantee que no debíamos hacer ningún tipo de acción violenta. Y dejé a mis amigos en frente a ese portón, para asegurarme que no fuera a ocurrir nada que nos perjudicara. Eso fue aproximadamente a la una de la tarde.
A las cuatro de la tarde regresamos con el señor, cuando llegamos a su casa el se opuso a venir, pero lo persuadimos diciéndole que era una solución para calmar a los campesinos. Llegamos y abrimos el Fondo y nos instalamos.
Estuvimos un mes instalados durmiendo dentro del Fondo, la PACCA había ofrecido una comida que nos dieron los primeros días, luego fue suspendida porque en una asamblea que tuvimos nos plantearon que no podíamos seguir recibiendo comida de la PACCA porque estábamos como comprados. Y nos solicitaron ponerle punta de soldadura a todas las puertas de la Empresa PACCA previendo que no se perdiera ningún archivo de las irregularidades que había en la PACCA. Aprobé esa propuesta, diciendo que buscaran un soldador. Inmediatamente llegaron con el soldador y empezaron a poner puntos de soldadura a todos los puntos de la empresa. Nos suspendieron la comida. Los pobladores de la Azulita nos dijeron que ellos se hacían responsables de todo lo necesario de alimentación para mantenernos allá.
Nos traían del campo la comida preparada, nos traían quesos, frutas. Tuvimos apoyo del comercio, tuvimos apoyo de la iglesia, tuvimos apoyo de la población en general de la Azulita y también de radio occidente que estuvo con nosotros en esos eventos.
Luego organizamos un viaje a Caracas para exigirle al Fondo Nacional del Café y al Ministerio de Agricultura y Cría, el pago de todas las cosechas y remanentes que nos debían. Llegamos al edificio José María Vargas en Caracas como quinientos campesinos de diferentes partes del país, estuvimos dos días, logramos hablar con Diana Pérez, Viceministra de Agricultura y Cría y con Diputados del Congreso Nacional. Firmamos unos acuerdos y en esa misma semana llegaron parte de los pagos que habíamos exigido. Nos manteníamos entonces en el Fondo presionando para lograr todos nuestros objetivos.
Luego el 27 de febrero es el toque de queda y el primero de marzo tuvimos que abandonar el Fondo porque me llamó el presidente de la PACCA para decirnos que si no abandonábamos el Fondo nos sacarían con la fuerza pública.
El primero de marzo nos retiramos en vista de que no teníamos garantías constitucionales. Con el tiempo y poco a poco, fuimos logrando el resto de las solicitudes que habíamos exigido se nos atendieran.
Abandono el campo porque no tengo donde sembrar, sembraba en la misma finca de mi papá. Una vez mi papá vende la finca yo quedo desempleado, un campesino sin tierra, con tres muchachos, una esposa y sin trabajo.
En 1991 me veo obligado a emigrar, me dirijo a la ciudad, me voy al Vigía y ahí me instalo con lo poco que saqué de las pertenencias que vendí. Compro una casita por cincuenta mil bolívares y me dedico a trabajar en las construcciones y trabajos a destajo.
La situación se me complica, decido el 14 de marzo de 1996 viajar a la isla de Margarita en busca de trabajo en ese lugar. Mi esposa e hijos se quedaron en el Vigía. Llego a la isla y consigo trabajo como jardinero. Y a los ocho meses traslado a mi familia para la isla. Mi esposa consigue trabajo de ayudante de cocina y nos dieron casa para vivir.
Volvimos a Mérida en el 2004 pues aún teníamos la casa allá y había peligro de que nos la quitaran. Ya que en la isla había bajado el empleo por el golpe de estado.
Paso dos años y sigo desempleado en Mérida. Allí es cuando consigo cómo comunicarme con el doctor José Mendoza Garcés. El me dijo que me viniera al Ministerio de Salud, para apoyarlo en el trabajo con las comunidades de Caracas en Proyecto Madre, por la experiencia que yo tenía con el trabajo comunitario.
En este nuevo trabajo fue una nueva experiencia pues las comunidades de Caracas son muy distintas a las comunidades campesinas, por lo tanto el trabajo debía ser otro. Las comunidades campesinas son más dadas para entender la organización, tal vez por lo menos complejas; las comunidades de Caracas en cambio, son más cerradas a entender que tienen que organizarse. Sin embargo, rápidamente me adapté a la nueva dinámica social.
El trabajo de oficina también fue otra experiencia, es un salto de 180º porque una de mis primeras grandes dificultades es que me vi obligado a usar una computadora y no sabía hacerlo. Ha sido una limitación por el nivel de estudio que yo tengo, pero he tenido muchas ventajas porque a nivel de los compañeros de trabajo he aprendido a manejar lo básico de las computadoras. Por lo menos ahora sé qué es un ratón, que yo no sabía cómo era eso ni cómo se llamaba. Que ya en la actualidad tengo mi computadora, que no la sé manejar pero ya sabré cómo manejarla. Ojalá que a muchos campesinos se les dé este espacio en estos lugares, no para que pierdan su identidad, sino para que conozcan otra historia, y descubran cómo es este mundo interno, cómo se trabaja en los ministerios, donde a veces se consigue personas solidarias, pero otras veces personas muy apáticas, personas que no quieren trabajar. Donde los intereses son quince y último en su mayoría, que hay envidias, personas que ponen sus zancadillas para que otras no avancen y logren un trabajo dirigido al servicio de las comunidades, esas cosas se consiguen en estos ministerios, es esa una de las razones por las que ahora me traslado a Margarita porque no quiero ser un parasito que parasite en este Ministerio cobrando sin trabajar. Yo creo que la solución está en la parte gerencial, debe haber desde el Ministro hasta el más bajo nivel, autoridad y autonomía, donde los lineamientos se den a cabalidad a todos los niveles de todo el personal que aquí labora porque esa es la manera de cambiar el modelo burocrático que han vivido y que siguen aún viviendo todos los ministerios.
Otra de las ventajas que logré de ir a Caracas es que retomé de nuevo mis estudios, apenas llegué me inscribí en la Misión Ribas, estudie en la Parroquia Catedral, terminé mi bachillerato. En enero de este año 2007 me inscribí en la Misión Sucre, en la carrera de Gestión Social y Desarrollo Local. Escogí esa carrera primero porque tiene que ver con mi trabajo, al menos con el trabajo que estaba haciendo en Proyecto Madre, que era un apoyo muy cercano a todas las comunidades. La otra razón de yo querer trabajar en lo social es porque me siento identificado por haber venido de ese mismo estrato. También me gustaría estudiar Comunicación Social, me gustaría ser periodista, también siempre con el mismo objetivo. Creo que siendo periodista puedo apoyar a mis comunidades, podría ayudar a mi clase en la denuncia de sus problemas.
La visión que yo tenía antes de todos mis conocimientos de lo social y lo político es muy distinta a la que tengo ahora. Cuando estaba en el ejército no tenía planes para el futuro, todo era improvisado. Una vez comencé a tener información y conocimientos de la política, de la sociedad, a entender las razones por las que mi clase vivía de esa manera, empecé a ver un horizonte de un cambio social estructural del país, empecé a tener una visión del futuro a nivel del país, ni siquiera a nivel propio. Con una visión de tener una vida justa y digna para toda aquella persona que sea obrera, campesina. Para todos los más excluidos. A mi me llegó, he tenido el chance de dejar de ser excluido, ya al entrar a un Ministerio siento que dejé de ser excluido.
Treinta años viví en el campo, treinta años viví esa experiencia de ser campesino, el cuál es muy mal visto. El campesino es una clase condenada. Condenada a no recibir del Estado ningún apoyo, a no tener crédito, a tener que luchar fuerte para lograr los servicios públicos, a no tener ambulatorios, a tener que caminar tres o cuatro horas para conseguir la fuente de recursos para su subsistencia. Es una clase que es despreciada por el que tiene dinero, porque no sabe hablar bien, porque su nivel educativo es pobre, pero el campesino es el que produce, es el que da la comida, es el que se pone de espaldas de sol a sol, para sembrar, para cosechar y para llevar esa producción al mercado. Algunos creerán que es obra de Dios, que llegó solo, que eso no tiene ningún costo. Por eso yo estaré siempre en defensa de esa clase, porque de ahí vengo. Y donde vaya, sean los mejores y más connotados escenarios que yo pise, diré que soy campesino. Para mí es un orgullo decirlo y para mí es ofensa cuando oigo hablar mal de un campesino porque ese es mi hermano. Ese es el que sufre, es el que se trasnocha y da la vida por lograr una vida justa.
Ahora tengo planes y visión para el futuro, para el futuro de mi país, de mis comunidades, de mis campesinos. Mi objetivo es seguir trabajando, para que se den los cambios necesarios en el país, en cualquier lugar que yo esté. Que las personas tengan viviendas justas, dignas, si yo la tengo que la tengan los demás, que tengan trabajo, que tengan estudios, que estudien, que haya salud, que se le de los conocimientos necesarios para que cada persona aprenda en su lugar cómo prevenir enfermedades, cómo tener salud, que tengan todos los servicios esenciales para la vida, ahí estaremos construyendo lo que un día pensamos que era posible. Y que seguimos pensando que es posible.
Querido José, que alegría encontrar tu blog, estoy en Rio de Janeiro trabajando en el instituto Suramericano de Gobierno en Salud de UNASUR, pero a partir de agosto regreso a Venezuela.
ResponderEliminarEstaba preparando un material sobre PODER Y SALUD, y buscando a Mario Testa, y consegui tu blog, que bueno!!! y además de felicitarte me permite ratificarte mi afecto. Un gran abrazo para ti
Oscar Feo (oscarfeo@msn.com)
Un abrazo Oscar. Te respondí por tu correo
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