miércoles, 7 de diciembre de 2011

Carlos Matus. Escena uno

Aquel día amaneció más temprano. El sol se adelantó a los relojes en media hora y pareció competir con el bullicio de grupos que recorrían las calles desde la madrugada. Aún no se apagaban las estrellas cuando los funcionarios del servicio del protocolo estaban reunidos. Repasaron una y otra vez cada detalle de la ceremonia…
… Hay un ambiente de euforia; una chispa de alegría barre los aires y se propaga como un incendio indescriptible; el pueblo tiene pocas fiestas y esta es una de sus preferidas. Es fiesta, es castigo, es premio y también una borrachera de esperanzas. Allí, los siempre olvidados, se desahogan con generosidad, ofreciendo más amores que odios. Los equipos del gobierno saliente viven precisamente su castigo con horas de tensión…
…La casa del presidente electo vive el brillo ruidoso del triunfo; en el Palacio de Gobierno el silencio de la derrota es interrumpido solamente por los trabajos de embalaje. Habrá pronto una mudanza. En ambos lugares nadie durmió aquella noche…
… A las diez de la mañana comenzó puntualmente la ceremonia. El Presidente electo, rebozante de alegría, no tiene insignia alguna que lo distinga, salvo el lugar que ocupa a la izquierda del Presidente del Senado. A la derecha de éste, el sr. Presidente, con la banda cruzada sobre el pecho, está rígido, serio y casi ausente. Ya no tiene el aura del poder. Sus ojos miran lejos a la nada…
… En una hora más entregará la banda presidencial a su más enconado opositor. Asumió el poder hace seis años con inmenso apoyo popular y él mismo se había forjado la idea de romper con la rutina de los gobiernos pasados, atender las necesidades populares, modernizar el estado, solucionar o al menos atenuar significativamente los grandes problemas nacionales y usar el poder para atender a aquellos que tienen grandes necesidades pero no pueden expresarlas en demandas políticas o económicas…
…Los primeros días fueron de euforia, todo parecía ir bien. Se sintió fuerte y experimentado, al mismo tiempo que desarrollaba una marcada intolerancia hacia lo que él consideraba “la injusticia de las críticas”.
Después, poco a poco, esa euforia sobrevivió en grado decreciente gracias al cerco de una cortina impenetrable que lo aisló en un  mundo irreal. Nada hay más gratificante que el “Si, Sr. Presidente”, “vamos bien, Sr. Presidente”, “vea usted las encuestas…”. Cuando visitaba un hospital, este era pintado y aseado el día anterior. Las motocicletas de su guardia especial le abrían paso en el tráfico; si llamaba por teléfono siempre estaba la línea abierta; en períodos de escasez de agua a él no le faltaba; tampoco pagaba precios más altos por los alimentos ya que su comida provenía del palacio; el trayecto desde su residencia oficial a la sede del gobierno era mantenida con gran pulcritud y la grama de los jardines estaba siempre bien cortada. Ya no vivía los problemas comunes de los ciudadanos, sólo conocía de ellos por informes. En compensación sufría problemas que no soñaban los ciudadanos comunes
Cada día trabajaba hasta tarde en la noche, pero siempre había más trabajo y tan pocas personas en quien confiar. Gradualmente, y sin darse cuenta, la rutina desplazó su voluntad creativa, dejó de pensar en los grandes objetivos y en su programa de gobierno. Sus satisfacciones consistían ahora en pequeñas cosas, como cumplir su tarea diaria con seriedad. Perdió la sensación de conducir y tomó consciencia tardía que la realidad lo conducía por un camino y hacia resultados que él no había escogido. Si, él no había escogido los resultados que al final marcaron su gobierno. Todos los días tenía que luchar contra la corriente hasta que ella lo acunó en la comodidad del poder. Era un trabajo agobiante atender a tantas presiones, tantos asuntos burocráticos, tantas pequeñas peleas y tantas peleas por problemas pequeños. Absorbido en la maraña burocrática y postergando siempre lo difícil para mañana, llegó demasiado pronto su último año de gobierno y el país entró en plena campaña electoral.
El tiempo se había consumido. Ahora él no era el crítico del gobierno anterior, sino el objeto de las críticas. La propaganda contraria exhibía sus promesas incumplidas, tal como él lo hizo en la campaña pasada. Después vino el trago amargo de perder las elecciones y ahora, en una hora más, dejaría de ser el jefe del gobierno. El sr. Presidente se sentía solo. Su mente recorrió en minutos todas las situaciones críticas de su administración y volvió a escuchar los consejos encontrados de sus ministros y colaboradores. En silencio dijo que si tuviera una nueva oportunidad no haría lo mismo. Pero, no hacer lo mismo no es una alternativa. ¿Cuál fue realmente su alternativa? ¿Por qué no pudo ganar las elecciones y no supo gobernar? ¿Por qué lo derrotaron las tendencias de la inercia? ¿Era posible otro resultado? Se imaginó ahora al principio de su gobierno, comenzando de nuevo, pero con la experiencia de saber el final. ¿Habría empleado su tiempo de otra manera? ¿Habría tomado las mismas decisiones ente los problemas y las oportunidades que marcaron su período presidencial? ¿Valoraría igual a sus colaboradores? Ahora, ya era tarde, pero el descubrimiento lo sorprendió. Pensó que sería un buen método soñar distintos futuros asociados a cada decisión u omisión suya en el día a día. Si alguien le hubiera mostrado la situación que viviría hoy como consecuencia  de lo que hizo y no hizo ayer, su cálculo hubiera sido distinto. ¿En realidad mis decisiones hubieran sido otras?, pensó ¿O hay algo todavía más fuerte que me limita aún hoy que conozco los resultados para repensar mi gobierno? Siento una impotencia angustiante, pero no alcanzo a identificar con seguridad mis fallas.
Al fin llegó el momento y dio un abrazo diplomático a su reemplazante.
Seis manos anónimas interrumpen el silencio de su entorno con un aplauso de cortesía al salir del Congreso mientras sonríe con tristeza; piensa en lo pasajera que es la euforia ruidosa que acompaña al nuevo Presidente. La lección ha terminado para el junto con su vida política, Pero, ¿ha terminado con una manera primitiva de hacer política?
Salió por la puerta lateral; allí hay poca gente y todos están pendientes de los parlantes que amplifican la voz del nuevo Presidente. Adentro, ante una iluminación sofocante de los  equipos de televisión, el Presidente lee su primer discurso…
…Afuera, el sol es quemante y basta para iluminar la escena de despedida. Se enjuga el sudor de la frente con un pañuelo y le ordena a su chofer: ¡vamos! ¿a dónde Presidente?, pregunta el conductor uniformado mirándolo por el  espejo retrovisor. ¡A mi antigua casa!, dice el Presidente con un suspiro, ¡No, mejor no, dame una vuelta por la ciudad, quiero conocer de nuevo mi país!
Un muchachito lo mira sonriente, tiene una boca y unos dientes enormes; con las dos manos en alto lo saluda con una reverencia burlesca: ¡Adiós, señor Presidente!


Tomado del libro Adiós, Señor Presidente, de Carlos Matus

No hay comentarios:

Publicar un comentario