El poder se deriva de
distintas fuentes. Puede haber poder físico para cualquier actividad que lo
requiera: el deporte, la lucha entre seres humanos o el trabajo mismo. También
es común el poder económico, militar o
político.
Mario Testa en su obra
Pensamiento Estratégico y Lógica de Programación, el caso Salud, habla de tres
tipos de poder: Técnico, administrativo y político, para defender la idea de
que en la sociedad el poder está compartido. Información o conocimientos, Recursos
materiales de todo tipo, incluyendo dinero o capacidad de movilización de
grupos humanos por sus intereses, según de qué tipo de poder se trata.
Nosotros creemos igual que
Mario, que el poder está disperso, compartido en la sociedad y que el poder concentrado
y total que antes se veía en reyes y luego en caudillos o grupos políticos, hoy
día no es lo más frecuente.
Sin embargo existe una
categoría humana en la sociedad moderna de gente que no tiene poder o cuyo
poder es minúsculo. Son los excluidos sociales. El excluido es una categoría
social que superó a la clásica marxista de explotados y explotadores. El
excluido es peor que el explotado. Aunque Vaclac Havel habla y reivindica “el
poder de los sin poder”.
Pero queremos hablar en este
caso de los privilegios del poder. Antonio
Camacho, un viejo campesino compañero de luchas en el Sur de Lago de
Maracaibo, nos advertía cuando nos tocó asumir cargos directivos en la
administración pública nacional, que el poder generaba privilegios.
Y así nos tocó vivirlos.
Tener privilegios que genera el poder y manejarlos con la debida prudencia es
un asunto crucial que está en la frontera de la corrupción. Por ejemplo, tener
un vehículo o un teléfono asignado, que es lo más común y no abusar de ello, es realmente un desafío
ético. No hablemos de la posibilidad de manejar o aprobar recursos financieros
y otros componentes del poder administrativo del Estado.
Formalmente hablando, la corrupción administrativa se consuma cuando
se hace manejo inadecuado de recursos de poder en la administración pública y
se puede probar. Es más frecuente la corrupción que ocurre y no se puede
probar, que aquella que formalmente la podemos llamar como tal porque fue
posible probarla y castigarla. Imaginémonos lo que ocurre con el manejo
inadecuado de los privilegios que genera el poder. Esto por supuesto es lo más frecuente
y difícil de controlar porque atiende a la base ética y moral del propio
funcionario.
Dos anécdotas vividas:
1.
Un funcionario público en funciones
directivas llega un domingo a visitar a su padre en su casa. Iba en un carro
oficial. El padre había sido un luchador contra la dictadura de Pérez Jiménez y
al ver a su hijo llegar le preguntó: ¿Hijo Ud. anda en funciones oficiales? Y
el hijo le respondió: ¡No! El padre le dijo entonces: “No vuelva a mi casa en
vehículos oficiales, si no anda en funciones oficiales”
2.
Una niña de unos cuatro años ve en el garaje
de su casa el carro familiar y un vehículo oficial con el que su padre,
funcionario público, había llegado y dijo: “Papá tenemos dos carros” y su padre
que usaba el vehículo oficial para ir y venir del trabajo le dijo: “No hija,
tenemos un solo carro, ese otro carro no es de nosotros, ese carro es del
trabajo”
No se trata de que un privilegio del poder nunca pueda
ser usado o aprovechado en asuntos personales o no oficiales, eso es
sinceramente imposible. De lo que se trata es de tener conciencia de ello,
actuar con máxima prudencia y que las autoridades respectivas hablen
expresamente con sus equipos de trabajo sobre el tema, establezcan normas expresas para este tipo de
asuntos y mantenga un control expreso y
estricto de ellas. Esto, repetimos, puede contribuir a que el morbo de la
corrupción no se cuele por esa vía.
Nota: Me entero a raíz de este escrito, que Antonio Camacho está vivo. Tiene 89
años y está convalesciente de una ACV que sufrió hace tres meses. Está fuera de
peligro, ya camina solo con bastón, habla y oye, aunque no ha recuperado
totalmente su gran lucidez característica. Igual ya está prácticamente bien.
Hablé con dos de sus hijas y prometí visitarlo en cualquier momento
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